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La trampita del IPREM
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La trampita del IPREM

Por Jorge Molina Sanz
jueves 31 de enero de 2019, 11:35h

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El ruido que producen los políticos con sus navajeos y descalificaciones llenan los telediarios y los titulares de los periódicos —y rotulan la actualidad— mientras que parecen no existir otros problemas más allá de lo que ellos marcan. Con la subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) se defiende que con ello se protege a las capas más bajas de la sociedad, pero detrás hay muchas más cosas.

Hoy mi viejo marino estaba ya sentado cuando llegó la joven profesora, a la que esperaba para —sin dar tiempo a que llegara el café— espetarle una pregunta:

—¿Me puedes decir que es y para qué sirve el IPREM?

Nos miramos y le dijimos que se trataba del Indicador de Renta de Efectos Múltiples, que se había creado en el 2004, en la época de Zapatero —cuántas cosas «estrambóticas» se hicieron en ese periodo— para sustituir al SMI como referencia para hacer el cálculo de ciertas ayudas que presta el Estado.

La joven profesora intervino:

—No solo en la era Zapatero se hicieron cosas discutibles. Hemos tenido y estamos teniendo una época de la que seguro nos acordaremos y pagaremos durante mucho tiempo.

El IPREM sirve —por ejemplo— para determinar los requisitos para saber si se tiene derecho a la «justicia gratuita», como recibir asistencia jurídica por el turno de oficio, para determinar los ingresos máximos para tener acceso a una vivienda de VPO, o los umbrales de renta de una unidad familiar en el cómputo de las becas, pero principalmente es conocido porque sirve como base para calcular las prestaciones por desempleo.

Ahí vimos cómo le cambiaba el semblante a nuestro marino, pero fue nuestra joven profesora la que tomó la palabra para decir:

— El IPREM, permaneció inalterable entre los años 2010-2016. Subió un 1% el 2017 y en el 2018 se ha mantenido el mismo importe. Por lo que, de una forma sutil, ha servido para limitar esos derechos a la justicia gratuita o al acceso de viviendas de VPO, y un método efectivo para reducir el importe a las prestaciones por desempleo, en definitiva, una vuelta de tuerca más.

El «paro», las prestaciones por desempleo, eso es lo que le rondaba por la mente de nuestro viejo marino. Por eso mi amigo comentó:

—Ayer me comentó un conocido que, tras el cierre de su empresa, —a pesar de las altas bases de cotización soportadas durante muchos años— le correspondía un importe de desempleo ridículo, en relación con lo que había venido cotizando durante todos esos años. Se sumaba a su incertidumbre de estar sin empleo, un problema económico por las percepciones ridículas que iba a recibir. La explicación que le habían dado es que solo podía percibir unos importes referenciados al IPREM. Es decir que no sirve lo que cotizas, y encima ni siquiera está referenciado al SMI, que ha subido un 20 %.

Le ratificamos que para modificarse las prestaciones esa necesario que se modifique el IPREM y ello precisa de la aprobación de los presupuestos del Estado, y que se contemple algún incremento por ese concepto. Realmente se había tocado un tema sensible, y una contradicción, porque si se pretende favorecer a los más débiles, no se deberían olvidar de los parados, a los que necesitan la justicia gratuita, a los pretenden acceder a una vivienda protegida o solicitar una beca.

Nuestra profesora comentó:

—Ese invento del IPREM, lo que ha permitido —una vez más— seguir vendiendo que se mantiene nuestro estado del bienestar, que se mantienen las prestaciones, pero en la práctica se le han reducido derechos por una vía paralela, por debajo de la mesa, creando un índice que permite desvincular las prestaciones a los incrementos que se produjesen en el SMI.

Al final nuestro viejo marino dijo lánguidamente:

—Como siempre, con la letra pequeña nos hacen trampas y aplicamos el refrán, tan español, de «Mucho te quiero perrito, pero de pan poquito»

Como parte de esa política es paradójico observar como los criterios son los de «auxiliar», pero no se cambia el modelo —posiblemente porque para ello haría falta mucha valentía— y acercarnos a las prácticas de algunos países —que siempre estamos poniendo como referencia—, en los que existen unas ayudas por desempleo mucho mayores, pero también más restrictivas, en las que se hay una tutorización para la búsqueda «activa» de empleo para encontrar un puesto similar a la ocupación habitual del desempleado, pero suspendiendo las prestaciones si —pasados tres meses— no se acepta cualquier tipo de oferta de trabajo.

Un ejemplo muy diferente a lo que ocurre en nuestro país y con algunas consecuencias que todos conocemos. Nuestra joven profesora añadió:

—Esta política de pequeñas ayudas que, no son suficientes para vivir con dignidad, pero que son los suficientemente desmotivadoras para que algunas personas rechacen trabajos porque, en la práctica, piensan que van a ganar un poco más, pero tendrían que trabajar. Eso, aunque se oculte, ocurre.

Nuestro viejo marino, siempre caustico, añadió:

—Ahí decimos aquello de «no te mueras, pero agoniza», y me surge alguna pregunta: ¿A quién ha beneficiado esta política? ¿Lo podríamos encuadrar en el clientelismo, la dependencia a gobernantes o los réditos que esa venta de la «acción social» y que tan buenos resultados han venido dando a algunas formaciones políticas?

No teníamos respuestas, eran muchas las incógnitas, y nosotros en la aldea sabemos muy poco de todas esas cosas.

Además, nos conformamos con esas pequeñas ayudas, porque tenemos nuestro café y el mar ¿de qué nos podemos quejar?

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