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Nos engañamos como niños
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Nos engañamos como niños

Por Jorge Molina Sanz
viernes 04 de octubre de 2019, 17:47h

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Estamos en la era de la propaganda, las mentiras y la manipulación.

Sin acabar el café nuestro viejo marino comenta:

—Cada día me sorprenden más ciertas actitudes. Estamos creando una sociedad infantiloide y viviendo una radicalización y simplismo sin precedentes. Sorprende el primitivismo de muchas ideas y conceptos que, muchos de ellos, emanan de las redes sociales y que nos están convirtiendo en verdaderos niños. Nos creemos a pies juntillas todas las mentiras que se difunden, especialmente si con ellas nos sentimos reforzados en nuestras ideas. Mientras, de forma paulatina, estamos abandonando el análisis profundo, la lectura sosegada y la formación, a cambio de titulares, guiños o imágenes, más o menos manipulados.

La joven profesora intervino:

—Aunque tu puedas creer que esta anormalidad es un producto de nuestro tiempo en el que la propaganda, las redes sociales o los medios de comunicación se han convertido en el vehículo para que ciertos estereotipos se reproduzcan y se acaben aceptando como verdades absolutas, cuando en realidad, no son más que mentiras y manipulaciones; realmente este es un fenómeno que siempre ha existido. Las fábulas y crónicas de dudosa veracidad, transmitidas de boca en boca y de pueblo en pueblo siempre han existido y han acabado siendo aceptadas y creídas por la gente. Los humanos tenemos una especial necesidad de encontrar sentido y una explicación a nuestras creencias, interpretarlas y hallar un argumento, ya sea real o fantasioso. Necesitamos una justificación, explicación e interpretación a nuestros actos.

—Lo que me dices —intervino el marino— es que nos tragamos cualquier fábula si esta está razonada coherentemente, de forma sencilla y que recurre a creencias profundas y firmes de determinados colectivos. A partir de ahí tenemos a grupos de personas que están predispuestas a creer que es verdad todo eso y que ese cuento es real, aunque sea una manipulación y una mentira.

El miedo, los temores, la ira o la esperanza son sentimientos que están muy presentes en nuestras vidas y creencias, por lo que apelando a esos sentimientos hay un caldo de cultivo para aceptar como reales cualquier patraña —o fake news como está tan de moda decir—, pero lo cierto es que aceptamos e introducimos esas mentiras como parte de nuestra realidad creando actitudes y estados de opinión.

Este fenómeno ha sido muy analizado por psiquiatras, politólogos y sociólogos que han estudiado los mecanismos que favorecen esas mentiras, como son las burbujas que se expanden rápidamente y sin control, las teorías de la conspiración con las que acabamos encontrando un culpable o las situaciones que generan angustia en las personas. Los seres humanos tenemos propensión a ser crédulos y capaces de tragarnos cualquier patraña siempre que nos sea útil y esté dentro de nuestras creencias.

Además, se añade otro fenómeno de reforzamiento de nuestras convicciones, como es el instituto de supervivencia, y si le añadimos cierta dosis de indolencia para profundizar en la búsqueda de la verdad que generalmente es compleja y nos puede resultar complicada, con lo que aceptamos todo aquello que coincide con nuestro pensamiento; sin excluir que no nos gusta aceptar nuestros errores y equivocaciones. Es muy difícil admitir que aquello que hemos defendido, que aquello que creemos resulta ser falso.

Lo más fácil es aceptar el «relato» porque hay individuos y colectivos muy propensos a creerse mentiras o darles credibilidad, máxime si coinciden con su forma de pensar.

Nuestra joven profesora añadió:

—Las redes sociales, los expertos en comunicación, los algoritmos y las tecnologías creadas para influir en nosotros contribuyen a crear gustos o tendencias para que elijamos determinados productos o servicios, aunque también pueden ser utilizados para reforzar nuestras opiniones o creencias sociales o políticas. En definitiva, esa manipulación nos convierte en imberbes sin darnos cuenta de que estamos retroalimentando ideas que no son totalmente ciertas, y eso crea una radicalización social, cada día más beligerante e intransigente con las ideas de los demás. Lo malo es que con esa base de conocimientos influidos y manipulados se llega a votar, y esos votos depositados en las urnas son los que determinan los gobiernos locales, autonómicos, nacionales y europeos.

Nuestro viejo marino, entre exaltado y divertido comenta:

—Cuando lees las crónicas de nuestra historia reciente sobre la influencia y compra de votos de los caciques en núcleos rurales o la negativa de las izquierdas a que se le diese el voto a la mujer por el sometimiento al marido, piensas que aquello eran fuegos artificiales comparados con los VA-111 Shkaval, los torpedos submarinos nucleares creado por la Unión Soviética.

Miramos con asombro a nuestro viejo marino, pero nos quedamos pensando que mucho de razón había en su comentario.

Intentamos reconfortarnos con la vista del mar, todavía cálido, y una exclamación:

—¡Que sabemos nosotros en la aldea!

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