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OPINIÓN

Un revival, la "revolución de terciopelo"

Alejandro A. Tagliavini | Sábado 25 de abril de 2020
Recuerda Allan Stevo que corría el otoño de 1989, y el muro de Berlín había caído. La gente del bloque soviético llegaba a Occidente a través de Hungría. La situación se le escapaba de las manos a los comunistas del Pacto de Varsovia que habían mantenido en “cuarentena” a sus poblaciones. ¿Se extendería la libertad a Checoslovaquia?

El 17 de noviembre de 1989 era el Día del Estudiante, un feriado, una oportunidad para festejar y soñar. La pequeña llama inicial terminó en una “revolución” en la que no corrió sangre, “la revolución de terciopelo”. Decenas de miles fueron llegando a una plaza de Praga y pidieron la salida del gobierno, algunos sin siquiera decirlo, sacaron las llaves de sus bolsillos y las tintinearon.

Imagine a decenas de miles de personas haciendo sonar sus llaves, el horror en la cara de la burocracia comunista mirando por la ventana a una multitud, visible hasta la donde alcanzaba la vista, y escuchando ese estruendo. El gobierno se dio cuenta de que habían enajenado a la población a tal punto que ya no les importaba que les tirarán los tanques encima. Y los mismos burócratas ya se sentían desgatados.

El pueblo permaneció pacífico con la sabiduría y la fuerza de quién tiene razón. A fines de año, el disidente Vaclav Havel, que había estado en prisión, era instalado en el Castillo de Praga. Alexander Dubcek, el héroe eslovaco de la Primavera de Praga de 1968 sería su mano derecha.

Hoy, el accionar de muchos gobiernos -incluyendo en algunos países la suspensión de sus poderes judiciales y legislativos, un eventual golpe de Estado- imponiendo “cuarentenas” (arrestos domiciliarios) para “cuidar la salud pública”, intenta ir más allá del comunismo soviético que, en rigor, quería que su economía funcionara y mantenía las iglesias abiertas, influyentes en la vida popular, posibilitando que Juan Pablo II fuera un actor decisivo en la caída del bloque soviético potenciando la lucha de Lech Walesa.

Las “cuarentenas” estalinistas actuales, en cambio, exterminan al ser humano ya que cuando quiera salir de ese asilamiento aséptico se contagiará de mil enfermedades, dada la caída en su sistema inmunológico, además provocar un desastre económico tal que hasta la oficialista ONU admite que 66 millones de niños podrían caer en la pobreza extrema con consecuencias, sino la muerte, para el resto de sus vidas. Y, por si quedara algún ser vivo, están casi exigiendo que no se tengan relaciones sexuales, sino “sexo virtual”, de modo que la humanidad no se reproduzca.

Solo enajenado por el pánico no se advierte que el fin de estas medidas estalinistas es la de destruir y debilitar para someter al hombre. Algunos las impusieron sin que esta fuera su intención inicial y muchos las apoyaron creyendo que eran para salvar la humanidad. Pero el Estado, es el monopolio de la violencia con el cual impone “leyes”, o sea, es la violencia que sabemos desde los filósofos griegos que siempre destruye. Hay que ser muy ingenuo para creer que la policía está para encarcelar al virus.

De momento, estamos sumergidos en una bola de nieve en donde los resultados negativos del arresto domiciliario son atribuidos a “la pandemia” y, con esa excusa, se profundiza aún más la “cuarentena”. Pero a la larga -aunque después de un altísimo costo- prevalecerá el sentido de supervivencia del ser humano y los políticos de hoy correrán la misma suerte que los estalinistas de la vieja guardia.

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