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OPINIÓN

Vaciada y desalojada

Jorge Molina Sanz | Jueves 04 de abril de 2019
De repente todo el mundo se acuerda y reconoce que existen territorios de una, dos y tres velocidades dentro de nuestros país. ¡Los milagros de las elecciones!

No hace mucho hablábamos del cierre de empresas en diferentes partes del país y lo uníamos al parón de la minería, la reconversión industrial o naval —en los años ochenta— que había dejado zonas, antes productivas y pujantes, y que ahora languidecían, sin oportunidades para sus habitantes. En ese artículo: «La muerte dulce», se hablaba de nuestro modelo económico y de que se había perdido la oportunidad de renovar, reconvertir y dinamizar ciertas zonas. Ahora con el lema de la «España vaciada» vemos que se reviven y se ponen en actualidad el problema.

Nuestro viejo marino, después de dar un muerdo a la tostada y sorber café, nos dice:

—El eco de la manifestación del fin de semana ha puesto sobre el tapete un problema que se arrastra desde hace mucho tiempo, pero ahora —por arte de magia— todo el mundo se siente sensibilizado, todos los partidos —incluso los que han estado gobernando— prometen soluciones y acciones que parecería que, en pocos meses, ese problema va a desaparecer, cuando estamos ante un problema no solo de difícil solución, sino que tendría que haberse paliado poco a poco para evitar haber llegado a este grado de deterioro, pero esa «muerte dulce», en la que no había contestación, nos ha hecho mirar para otro lado.

La joven profesora, siempre incisiva, siempre determinante, añade:

—Es cierto que ese problema existe, es cierto todo cuanto expones, pero —por difícil que sea— tenemos ejemplos de como se han afrontado situaciones parecidas, será cuestión de contar con un verdadero plan estratégico, con inversiones y plazos. Además, viejo marino, siempre has dicho que una parte del desarrollo de algunas zonas se debe a las infraestructuras, servicios y exenciones fiscales que se crearon en los años sesenta del siglo pasado, para favorecer la implantación de empresas e industrias en esas zonas, concentrando allí la riqueza y los puestos de trabajo. Con ello se inició la emigración y la despoblación. En esos casos no fue vaciada, realmente fue desalojada porque mucha población se fue de zonas rurales a las industrializadas por la necesidad de progresar y tener oportunidades de trabajo.

Nuestro viejo le lanzó una sonrisa condescendiente, pero replicó:

—Todo eso es un hecho, pero para recuperar esto serían necesarias grandes inversiones y un plan a muy largo plazo. Nuestra política actual se basa en la inmediatez. Hay que vender resultados que se capitalicen en votos en las siguientes elecciones, y el peso de esos votos rurales difícilmente interesan, porque carecen de peso suficiente.

—¿Me estás diciendo que se trata de un cálculo electoral? —inquirió nuestra profesora— Me parece que hay alternativas. Existen zonas que tendrían más dificultades, pero en otras se pueden acometer acciones que corten ese lento deterioro sin grandes inversiones y hay ejemplos como la valorización de los productos autóctonos, la gastronomía y otras medidas que se están ejecutando en otros países con problemas parecidos nos pueden inspirar.

Fórmula imaginativas existen, aunque muchas de ellas corresponden más al entusiasmo que a la objetividad —aunque sin entusiasmo, nada existe—, pero lo que es necesario es un plan a largo plazo, con inversiones reales y sabiendo que en unos casos nos pueden dar resultados sorprendentes y en otros veamos, con tristeza, que la inversión no ha dado los frutos esperados.

Invertir, de forma ordenada, con inversiones medidas y planificadas —lejos de aquellos proyectos faraónicos y sin sentido y que ahora están muertos que se hicieron en los años de bonanza—. Inversiones con una proyección para generar valor, no como las que vivimos con el Plan E.

Se deberían definir las zonas de actuación, sus necesidades específicas de infraestructuras y empezar a trabajar. Tal como en otras épocas se invirtió en unas zonas que ahora son prósperas, ahora es de justicia y de reequilibrio invertir en éstas, y aunque su retorno pueda ser muy lento. Es nuestra responsabilidad y nuestra obligación para reducir las diferencias entre unos territorios y otros.

Crear un régimen fiscal específico —tenemos los ejemplos de Ceuta, Melilla y Canarias o antecedentes como las ZUR (Zonas de urgente reindustrialización) o las ZID (Zonas de Industrializadas en declive)—, con ayudas estatales, fiscales y laborales para dotar de infraestructuras y servicios —conexión a internet, cobertura telefónica, electricidad, servicios sociosanitarios o la elaboración y comercialización de productos artesanales de la zona, por ejemplo—, acciones que atraigan a emprendedores para iniciar nuevas empresas. Programar la rehabilitación de viviendas para alquileres a bajo coste para que aumente la población residente y para que se pueda vivir con confort y servicios. Valorizar y restaurar el patrimonio cultural para favorecer el tráfico de visitantes y el turismo rural. Esto no sería un mal comienzo.

La profesora, con su entusiasmo habitual, añadió:

—Ese es un reto estimulante, contribuiría a cortar las enormes desigualdades que, cada vez más, se están produciendo entre territorios, ayudaría a dar valor a zonas de belleza paisajística o monumental, ofrecer oportunidades para mucha gente que vive con angustia su limitación de ingresos en núcleos urbanos deshumanizados, abriendo una oportunidad de otro estilo de vida.

Nuestro viejo marino se despidió diciendo:

—Mi querida amiga, soy marino, soy viejo, por favor, no sigas. Vas a acabar convenciéndome que tengo que abandonar el mar para irme a uno de esos bucólicos pueblos.

Entre risas, afirmamos que amábamos el mar, pero que eso no era un impedimento para no permanecer impasibles ante el problema.

Aunque como siempre, nosotros estamos en la aldea y desconocemos lo importante.

jorgemolina.tesismo@gmail.com

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