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OPINIÓN

Memoria y desmemoria histórica

Jorge Molina Sanz | Viernes 22 de febrero de 2019
No parece una de las preocupaciones sociales, en estos momentos, reabrir la memoria histórica y si añadimos el anuncio de elecciones generales es un tema secundario, a pesar de la opinión de algunos políticos.

Nuestro viejo marino, con el café, empezó a desgranar anécdotas personales:

—Queridos amigos, tengo el dudoso honor de haberme tenido que tragar cuatro veces nuestra historia reciente. Ese periodo que comprende la Segunda República, la Guerra Civil y la Dictadura. De adolescente me tragué la famosa «Formación del espíritu nacional», una asignatura de adoctrinamiento y propaganda, debidamente adobada. En los últimos años de la dictadura y principios de la transición, con aquellos libros de la editorial Ruedo Ibérico, casi clandestinos, volví a aprender lo que había ocurrido en aquel periodo.

Le escuchábamos con interés y prosiguió:

—Ya en plena democracia hemos tenido más versiones revisionistas, algunas de ellas como las de Pio Moa, que empezó en la izquierda más extremas —terrorista incluso—, para acabar en las trincheras más reaccionarias. Sus libros incluyen facsímiles que tienen muchísimas más páginas que el texto del libro. Ahí condena todo lo que hizo el Frente Popular, sus maniobras y actos para derrocar la República. Y cuando ya creía que no me quedaba nada por ver, otra vez más, veo con estupor —por si ya no tuviéramos bastante—, un nuevo intento de reescribir la historia y reabriendo viejas heridas.

Nos quedamos callados, mudos, sin saber que contestar, aunque nuestra joven profesora no iba a quedarse callada:

—Ese deseo de no dar por terminado ese periodo parece una constante de algunos políticos. Además, eso contrasta con ese intento de banalizar y minimizar todos los actos terroristas, una vez ya instaurada la democracia, con atentados mortales de inocentes, sembrando el terror e intentando imponer sus pretensiones por la fuerza.

Una vez más tenemos las «asimetrías» —que tanto daño está haciendo a la democracia— en la valoración de los temas. Aunque no es comparable una guerra civil con esa época oscura del terrorismo etarra, pero vemos un intento de obviar esta época y esos hechos.

Nuestro viejo marino añadió:

—Lo del terrorismo etarra es otro capítulo. Ahí lo importante y que nunca deberíamos olvidar que —mientras haya vehículos democráticos de expresión— la fuerza, la violencia, el chantaje o el miedo no es admisible. Eso no es negociable. Pero centrándonos en ese periodo de 1931, con el inicio de la Segunda República y el año 1978 que entra en vigor la Constitución, pienso que la maldad, las tropelías, el ensañamiento y los excesos los hubo en ambos bandos. No deberíamos reescribir la historia, porque eso obliga también a desenmascarar a muchos que predican y que no dejan de ser los herederos de aquellos socialistas y comunistas.

No terminó ahí su monólogo:

—Nunca se debe olvidar que esa fue una guerra entre hermanos, lo peor del cainismo. En lugar de buscar una historia de buenos y malos —eso servía cuando éramos niños y veíamos películas del oeste con las caravanas y los indios—. Solo cabe sentir vergüenza por ambas partes de habernos llevado a una guerra entre hermanos. No sirve decir que fueron unos golpistas contra el régimen legalmente establecido, pues desde la izquierda también hubo golpes de estado, asesinatos e intentos de derrocar la república.

Nuestro marino, cuando pensábamos que había terminado, nos dijo:

—Por mucho que no nos guste cuales fueron las causas y los resultados, esa es nuestra historia, esa es nuestra realidad, eso es lo que ocurrió y nosotros no somos nadie para cambiarlo o dar relatos que no se ajusten a la realidad. Lo único que se puede y se debe hacer es aprender para no repetir aquellos errores; y desde luego eso no se consigue reabriendo heridas o encalando nuestro pasado reciente, deformando la realidad o viendo solo una cara de la moneda.

En ese «olvidad y recordad» al que parece que nos quieren someter algunos políticos, sería más oportuno recordar que reescribir la historia es demagogia y esa no es la solución. Seguro que sería mejor tener una pizca de generosidad. Solucionar los casos reales que puedan existir sin alharacas, ni sobreactuando; pero la política ahora se tiene que vehicular por otros caminos. Salvo que, una vez más, queramos hacer gala de sectarismo y de manipulación de los ciudadanos.

Miró nuestro amigo a la joven profesora y le dijo:

—También pienso sobre el terrorismo etarra que es muy duro para, todos aquellos que sufrieron en su persona, en familiares o amigos cercanos la crueldad del terrorismo, ver que se quieran blanquear a los terroristas y hasta se les llame «hombres de paz» —que ironía y crueldad puede tener el lenguaje político—, pero las víctimas no pueden marcar esa política, porque les falta un punto de objetividad y neutralidad. Aunque para aplicar políticas de perdón se necesitan gobiernos valientes que no se pongan vendas en los ojos. Los que mataron en democracia fueron ellos y son unos asesinos. Tienen que cumplir sus penas, desenmascararlos socialmente y reivindicar que —salvo que se quiera denigrar más el prestigio de los políticos— que éstos no deben ser protagonistas en la política porque han llegado con las manos cubiertas de sangre de inocentes.

En eso que nuestra joven profesora dijo:

—¿Habéis visto lo bello que está hoy el mar? ¿Sentís el placer del sol invernal de esta mañana?

Se hizo un enorme silencio. Seguro que lo mejor era atajar la deriva de la conversación, desviando nuestra atención. Sentir lo que nos rodeaba y tomar conciencia que en la aldea nosotros sabemos poco de las cosas importantes y seguro que las interpretamos mal.

jorgemolina.tesismo@gmail.com

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