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OPINIÓN

Nueve años sin ETA: La paz y Enrique Curiel

José Luis Úriz Iglesias | Miércoles 21 de octubre de 2020
El pasado jueves 20 de octubre se cumplieron nueve años desde que ETA declaró su alto el fuego definitivo y permanente.

Se ha escrito mucho desde entonces de este hecho, sobre si era verídico o falso, la realidad es que desde entonces su actividad violenta, de extorsión, de socialización del sufrimiento, de “kale borroka” ha desaparecido definitivamente.
De las razones de esta decisión existen diferentes tesis, aunque la más verosímil es que fue producto de una serie de factores, desde la actividad de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, la labor de la Justicia y la colaboración internacional, pero también que desde el interior de su propio mundo surgieron iniciativas como Bateragune que colaboraron en esa dirección.
La realidad es que durante estos años la paz ha llegado y la convivencia democrática está mucho más cerca, aunque queden aún elementos pendientes para terminar definitivamente el camino hacia ella.
Ahora en este nuevo aniversario vienen los reconocimientos al trabajo realizado para llegar hasta allí. Pero se olvidan y al menos por mi parte no quiero hacerlo, de quien desde nuestra orilla de aquel río de aguas turbulentas, más hizo por conseguirlo y que lamentablemente no llegó a verlo por unos meses: el militante del PSOE Enrique Curiel.
Fue Enrique Curiel quien mantuvo desde aquel lejano 1989, los contactos con Herri Batasuna a través de las comidas con Patxi Zabaleta en el pueblo soriano de Almazán. Fueron en el restaurante casa Antonio, doy fe de ello.

A partir de aquello continuó durante años de trabajo intenso desde la discreción. Incluyendo el diseño y preparación (con mi colaboración) de la histórica comida de Leitza en la que intervino Alfredo Pérez Rubalcaba junto con Pernando Barrena, Joseba Permach y Patxi Zabaleta, en la que ambas partes se conocieron un poco mejor. Quizás aquella comida aportó un caudal importante a la paz actual.

Enrique Curiel fue cimentando sólidos puentes con lo que nuestros dirigentes denominaban “mundo de ETA”, cuando sería más correcto decir de la Izquierda Abertzale. Fue a través de él por donde entraron aquellos que se llevaron la gloria, Rubalcaba y Eguiguren, este último a través de una comida en un pequeño pueblo cerca de Leitza, Goizueta.

Gracias a esos continuos y discretos contactos algunas cuestiones, que quedan para el libro que prometió escribir pero que alguien culminará algún día recogiendo la ingente documentación que me consta dejó, fueron posibles.

Testigo de ello son quienes desde la otra orilla le conocieron, le respetaron y le apreciaron. Así en su muerte un artículo de reconocimiento (el que no le da quien más debiera hacerlo) fue firmado por el propio Patxi Zabaleta y Pernando Barrena: “Enrique Curiel un hombre de paz”.

No fue el único, otro reunió también a gentes tan diversas como Odón Elorza, Santiago Carrillo, Txiki Benegas, Xosé Manuel Beiras, José María Mohedano, José Luis Buhigas, Fernando López Agudín, Nicolás Sartorius, o Daniel Arranz. Ahí también se le reconocía su labor por la paz.

Desde estas líneas ante este injusto olvido de quien más tenía que agradecerle, reivindico su memoria, el inmenso trabajo que hizo a favor del entendimiento entre muy diferentes, en la construcción de puentes (término que utilizamos allí por 1992 y que ahora todo el mundo copia) por la reconciliación, para la paz.

Esa que no pudo ver pero que le debe mucho a su visión intelectual, a su esfuerzo, muchas veces con incomprensiones e injustos comportamientos como el comentado.

Resaltar su trabajo a favor no sólo de la paz, también del diálogo entre diferentes, incluso entre muy diferentes como vía de entendimiento y solución de conflictos.

Nos dejó su legado, su contribución a través de sus numerosos escritos sobre el denominado “problema vasco”, realizados con lucidez, audacia no siempre comprendida y generosidad, esa que tanto se necesita en este tema.
También lo hizo como anticipándose a su tiempo sobre el “problema catalán”. Si le hubieran escuchado no estaríamos ahora metido en ese lío.
Si alguna vez es posible solicitar el Premio Nobel de la Paz (en su caso a título póstumo) en este conflicto, es indudable que será colectivo y que probablemente tenga nombres en ambas orillas, o quizás en el puente que las une a gentes como Paul Ríos, o Patxi Zabaleta, pero también y en lugar relevante a Enrique Curiel.

Pero a la paz le quedan aún algún retazo para considerarla definitiva. Quizás los que el pasado sábado se expusieron en el emblemático Palacio de Aiete de Donosti, donde el Foro Social Permanente en el que colaboro, planteó sus propuestas para aportar soluciones justas para presos, refugiados y deportados y quizás el más difícil el de la reconciliación, el perdón, la memoria y un relato inclusivo.

Se han cumplido pues nueve años desde aquel 20 de Octubre de 2011 donde los esfuerzos realizados por algunos culminaron con aquella declaración de ETA.

Hoy, a pesar del olvido, en especial de los más jóvenes, reivindico la memoria de quien trabajó sin descanso con incomprensiones y críticas construyendo puentes por los que transitar y comunicarnos.

Enrique Curiel amigo, la paz lleva en algún rincón tu nombre.

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